miércoles, 28 de agosto de 2013

#Reflexión 1: Sobre la vida y la muerte

Últimamente sólo encuentro consuelo en saber que la muerte me pertenece en el grado en que la desee.
Todo lo extraordinario que poseía se ha tornado vulgar. No se puede saborear la excelencia, vestir las galas de lo dorado y esperar acunar el corazón en esparto y darle de comer sobras del ayer. No puedo escudriñar lo acontecido y enloquecer señalando culpables, no puedo esperar bonanza del futuro cuando el presente demole mis huesos. No puedo comprar tesoros que mi vanidad apostó, ni puedo gobernar el tiempo ni tapar los dientes rientes al infortunio. No me queda nada, y con nada me duermo, remoloneando en soporífero delirio en sueños de muerte. Mano negra estruja los rescoldos de lo que fui, deshazme en ceniza y con el batir de tus alas arrástrame lejos, ponme a volar con el viento y déjame reposar donde el rocío moje temprano. Elévame a los cielos, enfréntame al Dios que me condenó al tormento, niégame la eternidad y déjame ultimar mi lamento, penetrar en las rosas y anunciarles el invierno. Que cubra el velo de mi recuerdo la mueca de los que persisten, aquellos que lloran tanto como ríen, aquellos que se creen por encima de la muerte, y en esa engañosa autoridad de la vida se convierten esbirros, y vasallos de su crueldad, la espalda se descubren, coleccionando cicatrices y celebrando tormentos. ¿No saben que la muerte es el último de los sueños? ¿No saben que la muerte no consiente conciencias ni ninguna cualquier otra clase de tesoro? ¿Para que acumular desgracias, para que bailar alegrías, si la única música que no perece es el silencio de las tumba? La vida es el eco de una risa indefinible, tan pronto es feliz como amarga, entusiasta como sarcástica, pura como aviesa. La muerte empero, envuelta en su nebulosidad infranqueable, abriendo sendas inescrutables a cada zancada, no profiere ni risa ni llanto, solo el aliento del destino, que sopla en la cara y roba sueños, porque si hay un enemigo que la muerte no tolera no es la vida, con quien a pactado ya un triunfo final, sino los sueños, a cuya impronta la muerte no puede echar mano y constituyen el único y verdadero rastro de eternidad.

Lizzie Villkatt

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