Puntuación: ☆☆☆☆☆
SINOPSIS:
Tras muchos años de abandono, la destartalada y ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por una misteriosa mujer y su hijo de corta edad. La nueva inquilina -una viuda, al parecer- no tarda, con su carácter retraído y poco sociable, sus opiniones a menudo radicales y su extraña triste belleza, en atraerse las sospechas de la vecindad, y a la vez la rendida admiración de un joven e impetuoso agricultor. Pero la mujer tiene, en efecto un pasado… más terrible y tortuoso si cabe de lo que la peor de las murmuraciones es capaz de adivinar.
OPINIÓN PERSONAL:
Hace
demasiado que no actualizo esto… Y en parte es porque el ritmo de mis lecturas
se ha ralentizado. Ya no dispongo de todo el tiempo que me gustaría para leer,
y el poco tiempo que tengo para mi disfrute ha de ser dividido entre mis muchas
aficiones… Pero bueno, prometo ser contante, aunque no sea tan frecuentemente…
Y hoy os dejo mi opinión personal respecto a esta interesante novela
victoriana.
Ha
sido esta una lectura amarga y dulce. Y me ha servido para convencerme del
virtuoso talento de Anne Brontë, cuyo trabajo en comparación con el de sus dos
hermanas quedó bastante menos manifiesto. Y no porque fuera inferior, para
nada, pero al parecer la novela de sus hermanas recibió mucha más atención y la
existencia de las mismas fue divulgada con más empuje.
Sin
embargo, Anne Brontë es una escritora magnífica, y tiene una comprensión tan
profunda del género humano, y lo manifiesta de una forma tan reflexiva y
sentida, que es todo un privilegio acceder a su talento analítico a través de
sus personajes inventados.
En
esta novela contamos con dos puntos de vista; la narración se va relevando
entre la protagonista femenina, Elena, y el masculino, Gilberto. Por ello,
tenemos pleno acceso a los pensamientos de cada uno y tenemos un retrato íntimo
y claro de la manera de ser de los dos.
Elena
es una mujer joven y atormentada que huye de su pasado cuando Gilberto la
conoce y se queda encandilado de su espléndida belleza y la pureza y sencillez
de su carácter honesto y resuelto. Ambos se conocen, y aún con los prejuicios
que tratan de influenciar su opinión con respecto al otro, consiguen tenerse en
una altísima estima, tanto así que pasan al nivel en el que disfrutar de la
compañía de alguien tiene consecuencias atormentadoras al percibir lo elevado
que va tornándose el sentimiento y lo improbable de que éste evolucione
trayendo felicidad a ambos. Por ello, su relación será como un campo magnético,
cuya atracción va variando de dirección, aproximándolos primero a la más
plácida cercanía para después alejarlos e imponer entre ambos una distancia
insalvable. Porque hay veces en la vida en las que nuestros deseos no se
ajustan a nuestras circunstancias, y aquello que más nos distrae en nuestro
pesar es aquello que luego más aflige el alma.
Elena
llega un buen día a un condado y se instala en una mansión semiderruida para
alimentar la práctica de conjeturar en los tediosos habitantes del lugar. Una
mujer autónoma, ermitaña y sola cargando con la educación de un hijo pequeño
despierta las sospechas de la sociedad del condado, y pronto empiezan a circular
chismes poco halagüeños para ella, alimentados por su extraña situación y por
la actitud reservada y ligeramente misántropa de Elena, que no satisface a
aquellos que, por motivos más o menos simpáticos, desean tratar con ella con
resultados bastante frustrantes. Porque Elena es una joven solitaria, melancólica
y desinteresada que solo parece sentir interés en pasar tiempo con su pequeño y
en pintar. Jamás se molesta en devolver las visitas que le hacen, declina
invitaciones y no se molesta en ocultar la escasa complacencia que le causa las
visitas de los demás.
Sin
embargo, en contra de la mala opinión que las gentes de allí van generándose
sobre ella, Gilberto ve más allá de los prejuicios, y se molesta en conocer más
hondamente a la joven, y sabe luchar con eficacia contra las reservas y la poca
disposición inicial de la joven a sus intentos de diálogo.
Finalmente
consigue ganarse el aprecio de la joven, y eso sólo le sirve para acrecentar su
propio afecto hacia ella, de modo que ambos terminan irremediablemente
atrapados en un cariño mutuo que por razones más allá de sus posibilidades no
pueden ver evolucionar y verse sumidos en una dicha conjunta.
El
pasado de la joven acecha su presente, y ha sembrado en su alma demonios y
angustias que no está del todo en su mano disipar. La felicidad absoluta no es
una posibilidad para ella, porque el constante temor en el que se ha convertido
su vida se lo impide, pero eso no quiere decir que no encuentre felicidad en
ver a su pequeño retoño junto a ella, creciendo sano y alegre, sin las
influencias perversas de su ruin y perjudicial padre.
La
novela retrata muy bien la cárcel que podía llegar a ser la condición de mujer
en la época victoriana. Se ve bien como las mujeres son persuadidas por sus
propios familiares para que contraigan matrimonio, sacrificando su felicidad en
aras de conceder a su familia títulos nobiliarios, riquezas, propiedades y
prestigio.
Leyendo
las líneas de esta obra, una se siente enrabiada y afligida por el sometimiento
tan cruel al que se vio subyugada la mujer, y a una se le despedaza el alma al
ser consciente de la gravedad de una mala elección. Un error podía costarte la
paz y la felicidad de toda una vida…
Que
es lo que le ocurrió a nuestra protagonista, Elena. Embelesada con la energía y
el carácter alegre de Arturo, y espoleada por la inexperiencia y la ingenuidad
de la juventud, aceptó su proposición de matrimonio, condenándose a una vida
repleta de dolor, desesperación, amargor y crudos y numerosos padecimientos psicológicos.
Arturo,
su marido, es un libertino incorregible y despiadado. Su egoísmo ya es
manifiesto desde el principio de su matrimonio, demostrando preocuparse
únicamente de su propio disfrute cuando acelera el viaje de novios alegando que
él ya conoce todos esos lugares y estaba aburrido de verlos… Pero la esperanza,
dulce y amargo elixir, amigo y enemigo a la misma vez, le hacen figurarse a
Elena que lo que le ocurre a su marido es simplemente que quiere instalarse en
una tranquila y cómoda rutina de casados cuanto antes… Pero no podía
equivocarse más. Atolondrado e inquieto como es, Arturo no tarda en manifestar
la impaciencia que le reporta la calma, no hallando apenas distraimiento en su
nueva vida en el campo… Y Elena no puede retenerlo a su lado mucho tiempo antes
de que él decida huir a la ciudad, a entregarse a los más bajos vicios y a los
más funestos placeres, abandonando a su esposa en una espiral de angustia e
inquietud que la atormentan todos los días hasta que él regresa meses más
tarde. La degradación de su espíritu se refleja en su aspecto, pues vuelve depuesto
y débil, consumido por prácticas denigrantes por las que siente una adicción
insana e incorregible.
Al
principio, Elena resuelve no exponerle el disgusto y la contrariedad que le ha
provocado el resultado de su larga marcha. Y en cambio, se muestra solícita y
dulce, atendiéndolo con toda su bondad y afecto, esperando que la actitud complaciente
de ella despierte en él vergüenza y arrepentimiento por su deplorable conducta…
Además, está decidida a perdonarle sus faltas y a confiar en que no volverá a
adoptar prácticas tan fatales y a abandonarla nuevamente. Está decidida a
continuar amándole, y confía en que podrá convencerle, con su amor y su
dedicación y el verdadero cariño e interés que tiene por regenerar su alma, de
abandonar su vida pasada basada en las orgías y el vicio.
Pero
las cosas no tardan en volver a repetirse, y Elena, con su gran fortaleza y su
casi inquebrantable fe, resiste con paciencia todas las desgracias a la que le
somete su marido, y no deja de acariciar la esperanza de que logrará por fin
hacer de su marido un hombre bueno y digno del amor que le profesa… pero si la
situación varia ligeramente, siempre es a peor…
Finalmente,
a favor de todo pronóstico, Elena termina por aceptar la realidad: su marido es
incorregible, y su conducta jamás cambiará, pues el arrepentimiento no es algo
que vaya a experimentar jamás y solo se burla de quienes tratan de aconsejarle
buenamente como ella. Desprecia todos sus intentos por acercarlo a ella para
que sane su alma pecaminosa y aprenda nuevas aficiones y costumbres que lo
aparten de la degradación para siempre.
Así
pues, ante lo evidente, el afecto de Elena se extingue, pero su felicidad
hogareña no está del todo condenada, ya que da a luz a un hijo, Arturito, que
se convertirá en su primera fuente de dicha y de esperanza.
Sin
embargo, pronto verá perturbado su único placer por la influencia pervertida
que tiene su marido en el niño. Un hombre tan malvado como él no es mejor padre
que marido, y en cambio consiente en todo a su hijo, distorsionando los
conceptos del bien y del mal, emborronando los límites de cada término. En una
época tan influenciable como es la niñez, es de vital importancia exponerle a
los niños las cosas con claridad; Elena lo sabe muy bien, y su alma llora cada
vez que ve amenazado el porvenir de su hijo como un hombre bueno, noble y
respetable, la contraposición de su padre. Pero por otra parte poco puede hacer
para evitarlo, pues Arturo, por repugnante que sea sigue siendo su padre y por
mucho que lo desea no puede negarle el derecho de pasar tiempo con su hijo…
Por
ello, Elena pasa la etapa más tormentosa de su vida, siendo un imponente
testigo de cómo Arturo emborracha a su hijo, incitándole a tener inclinación
por un vicio tan bochornoso desde muy pequeño, y preparándolo para hacer del
niño un retrato de sí mismo, enseñándole frases soeces y palabras injuriosas.
¿Os
podéis imaginar la impotencia de esta mujer, relegada a ser una espectadora con
pocas posibilidades de intervención, mientras observa como toda lo bonanza y
buenos sentimientos que siembra con esfuerzo en el corazón de su pequeño son
arrancados de cuajo por su padre para cultivar en cambio hierbajos espinosos y
malas plantas? ¿Os podéis figurar como las mujeres tenían tan pocas
referencias, por el confinamiento y la ignorancia a la que estaban sujetas por voluntad
de sus propios familiares y el protocolo social, para escoger y determinar así
su futuro? Porque las mujeres solo tenían el privilegio de elegir; toda iniciativa
les estaba vedada.
¿Podéis
llegar a evocar cuán importante era para ellas elegir bien el compañero de sus
vidas? ¿Y qué dimensiones podía llegar a tomar una mala elección? ¿A cuántos
aspectos de su vida influía su juicio a la hora de tomar una decisión, a
cuantas posibilidades tormentosas se exponían cada vez que aceptaban una proposición…?
¿Y a qué fatal destino podían estar atadas hasta el fin de los días…?
Si
no podéis llegar a imaginarlo, os invito a que leáis esta novela, donde estoy
segura hallaréis muchos motivos para indignaros, sentiros impotentes por la
suerte de sus narradores, y para querer protestar por tanta injusticia y sometimiento.
Solo os digo que yo he llegado a llorar de rabia y de pena con el libro…
Esta
es una novela que cuenta una experiencia cruda, pero tan real y cotidiana en su
entorno contemporáneo que resulta hasta escalofriante. Sin embargo, también
tiene su toque dulce, ya que finalmente, gracias a la audacia, la resolución y
el fuerte amor que posee Elena, tuvo el valor de luchar y su esfuerzo le merece
un final feliz.
Os
recomiendo este libro encarecidamente. Es muy intenso, profundo, interesante e
invita a reflexionar. Un libro que merece ser la obra maestra que se considera.
¡Una delicia!
Y
ahora, creo que voy a por una lectura algo pícara… ¡50 sombras de Grey! Nos
vemos en mis siguientes delirios.
¡Un
beso mis queridos lectores!
Lizzie Villkatt.
Unas citas...
#1
Únicamente
digo que es mejor armar y fortalecer a su héroe, que desarmar y debilitar al
enemigo.
#2
—¿Qué
motiva esas lágrimas, Elena? ¿Qué demonios te ocurre? ¿Por qué lloras?
—Lloro
por ti, Arturo —repliqué secándome los ojos rápidamente; y, levantándome, fui a
arrodillarme a sus plantas y cogiendo sus manos sin nervios entre las mías,
proseguí—: ¿Ignoras que eres algo así como una parte de mí misma? ¿Te figuras
que puedes degradarte o sufrir cualquier perjuicio sin que yo lo lamente con
toda mi alma?
#3
—¿Por
qué eres mala, mamá?
—¿Quién
te ha dicho que soy mala, hijo mío?
—Raquel.
—No,
Arturo, no dices la verdad. Estoy segura de que Raquel nunca te dijo tal cosa.
—Bueno,
pues fue papá —contestó Arturo pensativo. Y después de una pausa añadió—: Voy a
explicarte cómo lo he sabido. Siempre que estoy con él, si le digo que tú me
llamas o que me mandas hacer alguna cosa que a él no le parece bien, grita:
<<¡Condenada mamá!>> Y Raquel siempre asegura que únicamente los
malos son condenados. Por eso creo que eres mala… Y yo quisiera que no lo
fueses…
—No
lo soy, hijo mío. Todo eso son palabras injustas, mentiras con las cuales los malvados perjudican a los demás y pretenden
disimular con ellas sus propias faltas. Pero Dios nos juzgará por nuestros
pensamientos y por nuestros actos, y no por lo que el prójimo diga respecto a
nosotros. Cuando oigas palabras como esas, Arturo, no las repitas nunca. Lo malo no es que las digan de ti, sino que
tú las digas de los demás.
—Así
que el malo es papá… —repuso Arturo tristemente.
—Papá
hace mal en decir esas cosas, y tú harías mal en imitarle después de lo que
acabo de explicarte.
—¿Qué
es imitar?
—Hacer
lo mismo que hace él…
—¿Se
lo has explicado también?
—Ya
debe de saberlo.
—Tendrías
que decírselo, mamá.
—Ya
se lo dije más de una vez.
El
pequeño moralista se quedó reflexionando un momento. Inútilmente procuré
distraerle para que no pensara más en aquello.
—¡Me sabe mal que papá sea malo! —exclamó por
fin con profunda tristeza—. No quiero que vaya al infierno… —Y dicho esto
prorrumpió en llanto.
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