¡No!, estuve a punto de gritar, horrorizada ante la idea de tener a los dos sentados a una mesa frente a frente, ambos sorprendentes de formas tan radicalmente distintas. Me daría vergüenza que Christian viera la integridad y el carácter bonachón de Alex. A los ojos de Christian, Alex sería un paleto ingenuo. Y más vergüenza me daría que Alex viera, con sus propios ojos, todas las cosas feas que tanto me atraían de Christian: la elegancia, el descaro y esa seguridad en sí mismo tan firme que parecía imposible poder ofenderle.
El diablo viste de Prada de Lauren Weisberger
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